Si miramos a nuestro alrededor, en una cafetería, una actuación musical o una conferencia, no será raro ver a muchas personas pendientes de sus dispositivos móviles, aparentemente ajenos a la persona con la que está desayunando, al grupo de rock que toca o a la conferenciante que expone sus ideas.
¿Qué habrá que leer o escribir que sea tan importante como para desatender a ese amigo con el que hace tiempo que no quedamos, distraernos en el concierto cuya entrada nos “ha costado un pico”, o estar tecleando en nuestro móvil durante la conferencia de esa escritora tan interesante de la que hemos leído todos sus libros?
Leemos, visualizamos, compartimos, escribimos, fotografiamos, grabamos, subimos, comentamos, etiquetamos, reenviamos, valoramos, posteamos… todo en las redes y, en muchas ocasiones, a la vez que realizamos actividades en la vida real.
Las redes sociales forman parte de nuestra forma de relacionarnos, de la manera que tenemos de elegir lo que compramos, de nuestros hábitos de lectura, estudio e investigación. Empleamos las redes sociales para hacer una consulta a la Biblioteca a través de WhatsApp, para seguir en Twitter a un representante político o hacerle llegar una propuesta o crítica, para contar lo bien que lo pasamos en nuestras vacaciones compartiendo fotos en Facebook, para entablar nuevas amistades o buscar pareja en Tinder, para compartir la foto que nos acabamos de hacer con nuestro amigo en Instagram, grabar un video del concierto del que estamos disfrutando y subirlo a YouTube y tuitear sobre lo que nos está contando la famosa escritora, antes de escribir un post algo más extenso sobre ello en nuestro blog.
Las redes han dejado de ser parte del mundo virtual para convertirse en una extensión de nuestro yo real, que no es solo físico, sino también digital. La reputación digital, tanto de las personas como de las organizaciones y empresas, pasa así a primer plano. Las empresas y las organizaciones han comprendido, algunas antes y mejor que otras, que gran parte de su público potencial está en las redes, y que gestionarlas de manera profesional ampliará su mercado, satisfará a sus usuarios, incrementará el número de sus clientes. Muchos servicios se prestan ya exclusiva o principalmente de forma online. Los usuarios prefieren, muy a menudo, utilizar su móvil para comunicarse con su futuro empleador, con su compañía de seguros o con su universidad, antes que dirigirse a ellos en persona, por correo electrónico o por teléfono.
El uso intensivo de las redes sociales en los países de economía desarrollada y en los países emergentes ha supuesto una auténtica revolución, no solo para las empresas, sino también para la ciudadanía. Las cifras del mercado en el entorno digital superan en muchos sectores a las del mercado físico, los servicios y productos online basan gran parte de su prestigio en los comentarios y las valoraciones de los usuarios, como bien saben los hoteles y restaurantes, que se esfuerzan por ser los mejores valorados en plataformas y webs de reserva como Booking, Trivago o El Tenedor.
Por parte de la ciudadanía, la cesión de datos personales, a menudo de forma no consciente, permite a los propietarios de las grandes redes y a otras empresas del sector manejar un enorme volumen de datos (big data) con los que personalizan el servicio que ofrecen y la publicidad que recibimos, en el mejor de los casos, o, en el peor, permite analizar los datos para conocer preferencias, relaciones, actividades, etc. que permitirían fines tan poco lícitos como manipular nuestra opinión en cuestiones polémicas de todo tipo, o difundir noticias falsas (fake news), que pueden llegar a torcer el sentir de la opinión pública y a favorecer determinadas opciones ideológicas y políticas.
El debate sobre cómo aprovechar todo el potencial de las redes sociales, evitando sus riesgos, ocupa y preocupa a estados y a instituciones supranacionales como la IFLA, la Unión Europea y la UNESCO, y oscila desde las opciones que piden el control de las redes o su autorregulación, hasta las que apuestan por la formación en competencias informacionales y digitales desde la escuela hasta la universidad, para que la ciudadanía utilice las redes con responsabilidad y con la capacidad suficiente para distinguir las fuentes fiables de las sospechosas en los mensajes que recibe y en la información que obtiene a través de Internet, especialmente en las redes sociales.
Sin duda, apuesto por esta última opción, donde los profesionales de la información tenemos por delante retos y oportunidades que reclaman nuestro compromiso activo.